¿Para qué sirvieron los muertos? ...
Luisa González*
Como madre
y como venezolana me pregunto para qué sirvieron las muertes de cientos de
jóvenes que fueron asesinados pidiendo libertad y democracia; el violín y el
rostro rotos de William Arteaga, la desnudez del chico de la tanqueta, el pupú
de la señora que defecó en plena calle porque no la dejaron entrar a su casa.
Pues para
mucho, y por encima del dolor que se siente por haber sido testigo de tanta
iniquidad, se respira un aire de dignidad, de moral incorrupta, de indignado
rechazo a quienes con la mayor desfachatez mienten y ofenden la inteligencia
del pueblo que dicen defender y que oprimen, vejan y humillan en pro de una
revolución que no es tal.
De una revolución que sólo está en las mentes
afiebradas de los ignorantes que no saben lo que es una verdadera revolución,
que creen en sus patrañas o que son beneficiarios o están lucrando de la
corrupción que practican.
Quien puede creer en ocho millones de votos,
si todos sabemos que desde hace muchos años los resultados electorales son
amañados, o en un gobierno que predica la paz y permite el asesinato de
estudiantes que sin armas se enfrentan a los disfraces verdes. Quien puede
creer en cifras manipuladas y en anuncios de bonanza económica si va al mercado
y no consigue que comprar, o no lo puede adquirir por los elevados precios.
Quien puede en un
vociferante señor, que ni siquiera es de aquí, que habla de libros y “libras”,
millones y millonas, de penes por peces,
que muda a Portugal de continente, que
repite al caletre la lección que le imparten en Cuba.
Quien puede
creer en seres que no aprendieron en 4to grado de primaria que una de las
reglas de la Gramática española establece que cuando hay sujetos de ambos géneros, para referirse a
ellos en plural se utiliza el género masculino; que tampoco saben que libras no
el femenino de libros, pues estos sólo tienen un género, al igual que millones
o de otros tantos errores garrafales que escuchamos con asombro y vergüenza.
Cómo creer
en quien habla de soberanía y de rechazar la injerencia extranjera, y se
complace al lado de un mandatario de otro país que luciendo la banda
presidencial del nuestro preside actos oficiales, o que permite que un soldado
“importado” maltrate a nuestros connacionales porque se oponen a su
intromisión.
Entonces, ¿Para qué sirvieron nuestros muertos, para
demostrarle al mundo que quienes nos gobiernan han destruido al país, lo han
arruinado, han desmoralizado a su gente, han
aniquilado sus instituciones, sembrado el odio entre hermanos, devastado
el territorio, destruido su economía y siguen aferrado a un poder que
obtuvieron de manera fraudulenta.
Ya el mundo conoce quienes son los actores de este
teatro, mal montado y peor dirigido, que los Derechos Humanos, la paz, la
bonanza, el dialogo y todo lo que pregonan son una gran falacia. Todos saben
que compran conciencia con el dinero del país mientras sus habitantes carecemos
de medicinas y alimentos, que vemos morir a los enfermos en las puertas de los
hospitales, instituciones desabastecidas de insumos para atenderlos. Que vemos
niños y adultos buscando comida en la basura, que deambulan como zombis
hambrientos con la esperanza puesta en una caja Clap que no le llega a todo
mundo, porque no todos tienen dinero para adquirirla.
Para eso sirvieron nuestros muertos, para despertar la
conciencia de otros gobiernos y para que muchos ilusos se convenzan de quienes
son nuestros gobernantes, y del daño que nos han hecho.
Los jóvenes asesinados, los torturados, los presos son la
tarjeta de presentación de un régimen moribundo, y las lágrimas que por ellos
hemos derramado son el bálsamo que alivian el dolor y el estímulo para lograr
la libertad. Ellos nos mostraron el camino, y debemos seguirlo.
*CNP. 2.612
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