- “Mi
cuerpo se mantiene preso, pero mi alma y mis pensamientos vuelan en
libertad; me siento libre en espíritu y mente, y ha sido ese sentimiento
de libertad lo que le ha dado sentido a este largo y tortuoso proceso de
prisión y aislamiento”
La reciente decisión
del TSJ que cambia de sitio de reclusión a Leopoldo López, es decir, que en
lugar de tenerlo encerrado en la prisión militar de Ramo Verde lo envía preso a
su casa, ha generado aviesos comentarios por las redes sociales. Este
acontecimiento me ha hecho rememorar una situación similar ocurrida en la vida
de un héroe civil de Venezuela, nuestro paisano Andrés Eloy Blanco.
En noviembre de 1928, en Caracas, la
policía del dictador Juan Vicente Gómez apresó a Andrés Eloy, acusado de
dirigir “El Imparcial”, un vocero popular impreso en multígrafo, clandestino,
el cual se había solidarizado con la rebelión estudiantil de febrero de ese
año.
Ese desafío al despotismo le costó casi
cuatro años de calabozos, torturas con grillos de 70 kilos en los tobillos y
aislamiento en la prisión de “La
Rotunda ”, en Caracas, en la cárcel y el “Castillo
Libertador”, de Puerto Cabello, ergástulas de la tiranía, auténtico infierno
dantesco, donde sus pulmones resultaron horadados, pero su conciencia
democrática y libertaria, así como su numen, se mantuvieron incólumes. En
efecto, de esas mazmorras alucinantes pudo evadirse por instantes y ubicarse en
un mundo cósmico, donde su estro hizo posible el alumbramiento de poemas de
denuncia que trocaron el castillo en un “Barco de Piedra”.
Debido a la tenacidad de su madre y a
la presión solidaria de intelectuales de América y Europa en procura de una
medida humanitaria, la dictadura lo envió confinado, en abril de 1932, a Timotes y Valera,
pueblos andinos donde recibió calidez y hospitalidad reconfortantes que le
ayudaron a recuperar parcialmente su salud. Sin embargo, siempre estuvo espiado
por un pelafustán relamido.
A mediados de 1933 la dictadura le
permitió el regreso a Caracas, empero, era un hombre suelto pero no libre. Se
le hizo saber que tenía la ciudad por cárcel, que no podía escribir en la
prensa, ni ejercer su profesión de abogado, ni hablar por la radio. Solo podía
recitar poemas románticos en algunas veladas. Pero, en medio de esas
limitaciones impuestas por el régimen, se mantuvo erguido, sin claudicaciones.
Ninguno se atrevió a decir que había negociado con el gobierno.
Leopoldo, después de unos días de vida
clandestina, perseguido por un gobierno de dudosa esencia democrática, que lo
responsabilizó injustamente de los lamentables sucesos del 12 de febrero de
2014, provocados en gran parte por los grupos paramilitares del régimen,
decidió de manera valiente, el 18 de febrero, enfrentarse a la justicia que él
suponía parcializada con el Poder Ejecutivo, la cual, en efecto, en un juicio
manipulado, como lo denuncio el fiscal de su caso, doctor Franklin Nieves,
quien debió asilarse en los Estados Unidos, lo condenó a 15 años de prisión.
Fue recluido en una prisión militar,
“Ramo Verde”, en una celda mínima,
auténtica mazmorra, donde la sevicia de sus carceleros incurrió en
penalidades violatorias de sus derechos humanos consagrados en la Constitución. En
sus notas pergeñadas en la prisión, en su duermevela, al rescoldo de la noche,
aprovechando los ocasionales descuidos generados por los bostezos somnolientos
de los inseparables custodios, percibimos el alma destrozada de Leopoldo,
cuando sus carceleros le niegan la balsámica visita y compañía de su esposa Lilian,
de sus pequeños hijos Manuela y Leopoldo Santiago, de su madre Antonieta, de su
hermana Diana y de Adriana, la hermana menor, quien vive en Estados Unidos con
su esposo y vino especialmente a visitarlo, sufriendo la amargura de no poder
verlo. A esa tortura psíquica debería agregarse la negativa sistemática del
agua, de la luz, el lanzamiento de excrementos en su celda, la obligación de
ingerir la ración de la cárcel, una auténtica bazofia, la incautación de sus
libros y un largo etcétera de torturas físicas.
Aquí quiero recordar, porque lo he escrito en otros artículos, el libro
“La rebelión de los ángeles”, de la exguerrillera Ángela Zago, quien era aliada
de Chávez, donde ella relata que el
Comandante caminaba por los pasillos del cuartel San Carlos como en su casa y
hasta le llevaban el menú para que seleccionara la comida de su preferencia,
cuando estaba detenido por su intento de golpe de Estado contra la Constitución , al
tratar de derrocar con las armas un gobierno elegido por voluntad popular. ¡Que
diferencia de trato!
Pese a todo, Leopoldo se mantuvo erguido frente a la adversidad, experimentando
la maravillosa sensación de que su alma se evadía de los barrotes y los
candados atravesados por sus carceleros para inmovilizarlo y silenciarlo. Por
tal razón afirmó con fortaleza ejemplar: “Mi cuerpo se mantiene preso, pero mi
alma y mis pensamientos vuelan en libertad; me siento libre en espíritu y
mente, y ha sido ese sentimiento de libertad lo que le ha dado sentido a este
largo y tortuoso proceso de prisión y aislamiento”.
Pero, aún cuando Leopoldo conservó
música en su alma, vale decir, cuando la plenitud de sus principios y la
convicción de la cruzada democrática emprendida le permitían empinarse por
encima de los barrotes y candados de la sordidez de la celda que aprisionaba su
cuerpo y experimentar la maravillosa sensación de evadirse del infierno del
penal, sintiéndose “preso, pero libre”, como tituló el libro que pergeñó en la
prisión aprovechando los descuidos de sus carceleros, tenía, necesariamente,
como ser humano, que sentir los rigores del encarcelamiento y su salud terminó
por resentirse.
Ante el deterioro de su salud, su
esposa Lilian, quien ha librado una batalla ejemplar, una cruzada sin tregua en
procura de justicia y libertad para Leopoldo, junto a su madre, doña Antonieta
Mendoza de López y su padre, mi buen amigo Leopoldo López Gil, desde su
involuntario y forzado exilio en España, optó por solicitar una medida
humanitaria. Ninguno tiene fundamento para sospechar, ni adversarios ni amigos
políticos, que detrás de esa medida se esconde una claudicación, una
negociación subalterna de los postulados principistas de Leopoldo.
Estoy persuadido de que preso en su
casa, con un grillo electrónico en sus tobillos, sofisticado frente a los
grillos de 70 kilos que atenazaron los tobillos de Andrés Eloy, Leopoldo estará
en mejores condiciones para seguir la lucha dirigida a repudiar la privación de
libertad de decenas de compatriotas detenidos y recluidos en las mazmorras del
régimen por expresar su disenso con la dramática crisis que vive nuestra patria
en estos días aciagos, de denunciar las penurias que sufre nuestro pueblo en
humillantes colas para procurarse los alimentos y los medicamentos requeridos,
de exigir protección al gobierno ante la arremetida incontrolable del hampa, de
solidarizarse con los miles de jóvenes que no consiguen empleo y presas de la
desesperanza emprenden la diáspora tratando de labrarse un futuro mejor fuera
de nuestras fronteras.
Su inquebrantable postura, vertebrada
por una fe sin horizontes en la recuperación democrática de Venezuela, en la
conquista de una sociedad sin excluidos, que surja de un gran acuerdo nacional,
sin rencores, sin odios, sin resentimientos, donde haya garantías de que “todos
los derechos sean para todos los venezolanos”, tiene hoy más vigencia que
nunca.
En esta postura estoy seguro que le
acompañarán todos los luchadores democráticos que se oponen a este gobierno por
vías constitucionales, democráticas, pacíficas, agrupados o no en la MUD : María Corina, Antonio
Ledezma, Henry Ramos, Julio Borges, Manuel Rosales, Henry Falcón, Andrés
Velásquez, Claudio Fermín, Eduardo Fernández, para solo citar algunos por
razones de espacio, porque este es hoy un grito a voces del pueblo venezolano.
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